San Lorenzo jugó por los octavos de final de la Copa Argentina, y el partido terminó 3-1 a favor de Vélez, con una actuación paupérrima del equipo de Boedo. Con este resultado, el conjunto de Romagnoli se despide de una competición y queda con dos: el Torneo Local y la Libertadores. Es momento de caer en la realidad y entender verdaderamente para que esta este San Lorenzo, únicamente para sumar puntos y no para competir en alguna copa.
En el primer tiempo, San Lorenzo jugó muy mal. No atacó, no defendió, no hiló pases, no pateó al arco; parecía que estaba en la cancha por obligación y no con la intención de competir y llevarse el triunfo a Boedo. No hay absolutamente nada que destacar de este primer tiempo, se hizo todo mal y el equipo se fue al entretiempo perdiendo 1-0.
En el segundo tiempo, el equipo parecía otro. Apabulló a Vélez e intentó salir a ganarlo, tanto que logró conseguir el empate. Pero, faltando 7 minutos para el final, el conjunto de Liniers se puso de nuevo arriba en el marcador y luego, a los 93’, amplió la diferencia para terminar con un 3-1 final. Dicho esto, San Lorenzo mejoró un poco en el segundo tiempo, pero después de haber regalado todo un primer tiempo de esa forma, el resultado era totalmente esperable.
El equipo de Romagnoli no tiene identidad. No ataca, no defiende, no tiene la pelota, no presiona, no se repliega. Todo esto es lógico con un director técnico que está teniendo su primera experiencia, porque el presidente lo usó de escudo para salvarse de los insultos. Se nota que hay muy poco trabajo y muy poca viveza. Mucho peor que Insúa en el último tiempo. El ataque es siempre el mismo y la defensa es un desastre, además de que nunca acierta en los esquemas.
La gran responsabilidad no es del Pipi, aunque en cierto grado sí. El principal responsable de esto es el presidente, que decidió ponerlo en el cargo para salvarse a sí mismo. Esta comisión directiva ha quemado y bastardeado a dos ídolos en menos de un año.