
Hay algo peor que un dirigente que lo filman guardándose dinero: un dirigente que no renuncia. El presidente de San Lorenzo, ahora se toma una “licencia” como si fuera una pausa en Netflix. Pero no, esto no es ficción: es el día a día del club. Y claro, los muchachos del oficialismo —de doble moral— aceptan esa licencia como si fuera una solución y no una nueva vergüenza institucional.
Mientras tanto, se pelean como pirañas por la presidencia. Porque si hay cefalía —palabra no nueva en el diccionario cuervo— se quedan afuera. Y eso sí que no, eh. Cualquier cosa menos perder el carguito. No se trata de San Lorenzo, se trata de ellos.
Del otro lado, la oposición más visible no se pone de acuerdo ni para pedir un café. Egos grandes, ideas pocas. Algunos quieren refundar el club y otros apenas salvar la marquesina. Visión de largo plazo: cero. Unidad: menos diez.
Y en los márgenes, los de siempre: los opositores minúsculos, esos que nunca entran en el radar pero siempre aparecen para hacer su negocio político, disfrazados de salvadores. Cambian de color según el viento y solo buscan su tajada, como lo hicieron toda la vida.
En definitiva, San Lorenzo necesita un proyecto, no un casting de presidentes. Pero claro, para eso hace falta pensar más allá de la próxima reunión de Comisión Directiva (jueves al mediodía en el Pedro Bidegain y cerrada al socio). Y eso, hoy, parece ciencia ficción.