
A cuatro meses de las elecciones, el presidente está de licencia (o renunciado?), el ídolo se fue sin saludar y el club quedó en manos de dos dirigentes ignotos para la mayoría del padrón. ¿San Lorenzo volvió a ser rehén de los que siempre estuvieron detrás del poder?
Diciembre de 2023 parecía el comienzo de algo distinto. Una fórmula con un ídolo como Ortigoza, una promesa de transparencia, y un discurso que apelaba al “socio de a pie”. Pero apenas cuatro meses después, el espejismo se desvaneció: Miguel Moretti pidió licencia, Néstor Ortigoza se fue en silencio y hoy San Lorenzo está a cargo de… ¿Navarro y Terzano?
¿Quién los votó? ¿Alguien los conocía? ¿Qué lugar ocuparon en la campaña? ¿Aparecían en algún cartel? La pregunta no es caprichosa. Es legítima. Porque el socio votó una fórmula presidencial, no un rejunte de dirigentes sin peso ni representatividad. Y lo que se ve hoy en el club es una estafa al voto.
Navarro, que aparece más en los pasillos de Uruguay que en las tribunas, y Terzano, un histórico del club, manejarían hoy los destinos de San Lorenzo. Sin legitimidad, sin plan, sin rumbo. Como si la elección de diciembre no hubiese servido de nada. Como si todo hubiese sido un acting para legitimar un esquema ya armado desde las sombras.
El oficialismo habla de “transición ordenada”. Acaso los socios y socias ven una usurpación silenciosa del poder? La conducción del club quedó en manos de los que siempre estuvieron: los de los acuerdos por abajo, los de las listas de unidad, los que no dan la cara pero firman los cheques.
Y entonces, la pregunta incomoda, pero es inevitable:
¿A quién votamos realmente en diciembre de 2023?